De cuarto en cuarto: “Siga el baile, siga el baile…”

De cuarto en cuarto: “Siga el baile, siga el baile…”

De cuarto en cuarto Siga el baile, siga el baile: Los embandera­dos de la oposición juntaron un montón de palabras.

Cantinflada, gali­matías y paparru­chadas.

Cantinflada, gali­matías y paparru­chadas. Nunca se habló tanto para decir nada. Durante el tercer día de la exposición en la Cámara de Diputados del libelo acusa­torio en contra de la fiscal general del Estado, Sandra Quiñónez, los embandera­dos de la oposición juntaron un montón de palabras y, de punta carayá, tiraron hacia el arco.

Por el camino ya se desparramaron en tajadas de cuero duro antes de llegar siquiera hasta los tres palos. Una estela de chuchería pobló el campo de juego. Baratijas de colores, como aquellas con las que los conquistado­res engatusaban a los pue­blos originarios, adornan el pescuezo de las más eximias y de los más egregios orado­res de una Cámara que, como nunca, justificó su denomina­ción de Baja.

¡Sacré bleu! ¡Cuánta expec­tación defraudada!

Yo que me senté frente al televi­sor ansioso de gozar de dis­cursos que nos enlacen en el tiempo con la garganta de Pericles o Demóstenes, y reviviendo el don de la palabra en la voz de ultra­tumba de Jean-Paul Marat, “el amigo de los pobres”, o la filosa reciedumbre de Robespierre, que enarde­cía la Asamblea de la Revo­lución, o las persuasivas arengas de Danton. Pero nada de eso ocurrió ni por remedo. Pareciera que, de tanto prepararse, se cansa­ron en el entrenamiento y llegaron solo para mostrar la lengua. Desgastada, des­lucida, rutinaria y hortera. De hortera, con “h”.

Nunca me aburrí tanto esperando algún relum­brón en medio de la nada. Nunca perdí tanto tiempo al santo cohete.

Usaron la mejor vidriera que tenían para hacer el ridículo. Al no tener los números para elevar la acusación ante la Cámara de Senadores, la comparsa multicolor resolvió el tercer “cuarto intermedio”. Ya vendrá el cuarto. Como carecen de argumentos, quieren ganar por cansancio. Total, el pueblo puede esperar.

El bochorno en el showroom de los diputados alcanzó proporciones épi­cas. Abrigábamos una leve esperanza de que los acusa­dores –opositores y colora­dos del oficialismo– hayan aprendido algo de sus gro­tescas parodias y burles­ques.

Pero con perspecti­vas literarias trucadas. No ridiculizaron la realidad. Se ridiculizaron a sí mis­mos. Y, cosa de no creer, lo volvieron a hacer. Esta vez con actuaciones más acei­tadas por la experiencia. Por eso se deslizaron con más práctica sobre el esce­nario. Como si tuvieran jabones en los pies.

Pati­naron sin patines. Con los dedos del medio por delante y con la boca por detrás. No estamos hablando en conceptos metafóricos. Es la pura verdad, literal­mente graficada. Algu­nas expresiones fueron verdaderos exabruptos semánticos. Quienes esta­ban en el recinto de sesio­nes habrán percibido en el aire una mezcla de butifa­rra con mosto. Hedor que rezumaba en las pantallas de la tele.

La actuación estelar de la diputada Kattya Gonzá­lez, del Partido Encuentro Nacional (PEN), confirmó nuestra vieja presun­ción de que se cree más de lo que realmente es. Cual Dolores Ibarruri, la mítica “Pasionaria”, se clavó en medio de la sala sin necesidad de realizar una maratón ante cáma­ras y micrófonos.

Esta­ban ahí, en un solo lugar, para transmitir en “vivo y en directo”.

Concen­trados sobre ella. Y, en el momento cumbre de su interpretación dra­mática de alguna obra de Antón Chéjov o Tennessee Williams, dejó caer tenue­mente la cabeza sobre su hombro, con el dorso de la mano derecha sobre la frente, para murmu­rarnos su libreto de insí­pido rosario de frases mal hechas y peor repetidas.

Apeló al último recurso del estilo panfletario: la dia­triba y la simulada iracun­dia de barricada, agitando dos o tres consignas “cli­chés” que puedan sonar agradables a un sector de la ciudadanía. De esa ciuda­danía que está nomás luego con ella. Desde el otro lado del muro solo le respon­dió un “silencio atroz”.

El mismo “silencio atroz” que intimidó a la mayoría absoluta de los diputados progubernistas, que solo abrían la boca para boste­zar y llevar algún bocadito al buche. Kattya perdió la brillante oportunidad –una útil frase hecha– para demostrar lo brillante que ella piensa que es.

La otra “starlet” de la troupe es Celeste Amarilla. Quiere ganar notoriedad, aunque más no sea como ventila­dor de heces, tragándose, de paso, las “eses”. Su mejor argumento suele constituir la exhibición del dedo como símbolo fálico. “Y los dedos doblados son los testículos”, según el renombrado etó­logo Desmond Morris, autor del no menos conocido libro “El mono desnudo” (1967). La sociedad cientí­fica esperó en vano el tomo “La mona desnuda”, por­que jamás escribió. Morris concluye que mostrar ese dedo como gesto de agre­sión hacia el otro denota, en realidad, un “compor­tamiento primitivo”.

Los voceros masculinos, los Sebastián (García y Villa­rejo), del Partido Patria Querida (PPQ), son gran­des buzones a la hora de presentarse como paladi­nes de la razón argumen­tativa, porque se pasaron tartamudeando algunas frases sueltas que nos per­miten marcar la diferencia entre las opiniones mani­festadas durante entrevis­tas mediáticas y la orato­ria parlamentaria. En esto último, se trancaron todito. Más pereri que papel higié­nico ultraplus.

El espectáculo continúa hoy, con el ritmo a todo dar de “El murguero”, de Los Auténticos Decadentes. Seguido del tango inmortal de Alberto Castillo: “Siga el baile, siga el baile…”. Murgas y comparsas un solo cora­zón. ¿Qué le vamos a hacer? Es la tierra en que nací.

Fuente: La Nación

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